Para nuestro cachorro, la introducción del collar/arnés puede ser algo estresante sin posibilidad de salida. Allí donde va el perro le acompaña esa molesta sensación, por mucho que corra para alejarse, la irritante molestia no le abandona, y tampoco lo puede comprender, por lo que a lo largo del paseo, o del día, la angustia se acumula.
Pero podemos hacer algo para aliviar esta sensación. Durante los primeros días, en la casa, en lugar de intentar “desbrabar” al animal por inundación, “dejándole el collar puesto hasta que reviente”, es mejor establecer la asociación positiva, conseguir que el proceso de adaptación sea gradual y aceptado. Ponerle el collar antes de que sucedan las cosas agradables del día (comidas, salidas), además de en aquellas ocasiones en las que sea imprescindible, y retirárselo el resto del tiempo y/o ponerle un arnés si le resulta más llevadero ayudará a que acepte mejor la situación. Deberemos evitar, en especial, ponerle el collar justo antes de que ocurran las cosas negativas (antes de entrar en la clínica veterinaria, antes de dejarlo sólo, para sujetarlo e impedirle saludar a las visitas, etcétera).
En las primeras ocasiones en que colocamos el collar/arnés nos encontraremos el repertorio de síntomas típicos del estrés:
- Jadeos.
- Boca abierta.
- Lengua fuera.
- Orejas aplastadas.
- Expresión general de “angustia”.
- Frecuentes micciones y defecaciones.
Acompañados de otros específicos:
- Porte bajo de la cabeza: más pareciera que el collar es una pesada piedra que arrastra su cabeza hacia el suelo y le obliga a ir olisqueándolo todo.
- Porte caído de la cola: en esa posición en la que se muestra como “apaleado”.
- Inmovilizarse y rehusar caminar (no con eso puesto, que ataca directamente a su dignidad canina y parece que merma su libertad).
- Alejarse del dueño. Más parece que la correa y el collar alejan al cachorro del amo en lugar de unirlos. El cachorro se comporta para poner tierra de por medio, la mayor distancia. Esto se agrava si se utiliza la fuerza para acercar al cachorro o si se dan tirones para corregir su interés por investigar y descubrir el entorno.
- Frecuentes paradas para olisquear (o aparentar olisquear).
- Revolcarse y restregarse para intentar quitarse esa “cosa” que se le ha pegado. Puede llegar a dar volteretas impresionantes.
- Rascarse, rascarse y volverse a rascar cada pocos pasos. No es una plaga de pulgas, es simplemente que trata de quitarse eso que le molesta y a lo que no alcanza de ningún otro modo (si pudiera morderlo ya sería otra cosa). Hace todo lo posible porque esa “rama” que se le ha pegado al pelaje se le caiga, y rasca y rasca. En los casos más extremos pueden llegar a hacerse daño, si se prolonga mucho este malestar también se puede convertir en un comportamiento estereotipado. La secuencia suele consistir en unos pocos pasos (con frecuencia en carrerilla), parada brusca, dejándose caer sentado y vuelta a rascar.