La investigación sobre los perros está repuntando, después de años de marginalidad ahora vuelven a despertar el interés de la comunidad científica. Hipótesis que ya constituían parte integral de nuestro día a día y parecían irrefutables comienzan a debilitarse y ser sustituidas por otras con mayor base científica.
Pongamos sobre la mesa la tan popular teoría de la jerarquía, ésa que tanto arraigo ha tenido en algunos foros y que en el pasado ha servido de base para explicar todos los comportamientos de nuestros perros y desarrollar diversas técnicas de adiestramiento, llegando a ser la varita mágica para resolver todos los problemas de la relación perro-hombre. Ahora toda esa teoría de la jerarquía lineal de los lobos está siendo cuestionada, se tambalea en sus cimientos, en la base. Llama la atención la conclusión a la que se está llegando acerca de la estructura jerárquica lineal; hasta ahora se aseguraba que era la que regía en las manadas de lobos y, por extensión, la que explicaba todos los comportamientos de los perros en su interacción con los humanos. Aquel persistente intento por dominar la situación, por ser el líder, el alfa ¿recuerdan?, resulta que ha partido de unas observaciones y unos estudios poco fiables. Hoy sabemos que aquella teoría jerárquica se había obtenido después de observar manadas de lobos en cautividad, manadas de lobos que se habían establecido de forma artificial, forzadas, sin posibilidad de escapatoria, por lo que presentaban un comportamiento forzado que ofrecía numerosas interacciones y aquellas observaciones se extrapolaron como “normales” al resto de los cánidos, entre ellos a nuestros queridos perros. Vamos, que es como si alguien visita una cárcel y concluye que los comportamientos allí observados son aplicables a los niños, familias y el resto de nuestra sociedad y, a partir de ahí, se establece todo un manual de manejo y sistemas de aprendizaje para los humanos ¿se lo imaginan? Las nuevas observaciones de lobos en la naturaleza nos presentan otra imagen. Son observaciones de campo, sin una intervención directa y permanente de los humanos, en el hábitat natural de la especie. Nos hablan de la manada como una familia más o menos extensa (en función de los recursos disponibles), con los padres y sus descendientes de añadas anteriores. Son los padres, con una mayor experiencia y conocimiento del entorno los que comparten liderazgo y guían al grupo. La jerarquía no se mantiene por la fuerza bruta ni con agresividad, algo que supondría un gran derroche de energía y posibles lesiones a miembros del clan y que limitaría la supervivencia de todo el grupo. Son los fuertes lazos que se establecen entre los miembros de la manada, la edad y el conocimiento los que dirigen el día a día del grupo. En ocasiones es la hembra y la camada la que marca los ritmos, en otras es el macho. Ambos progenitores lideran la manada. De este modo, en el mejor de los casos deberíamos hablar de una estructura jerárquica familiar en la que el liderazgo está compartido. Tenemos que ver la manada como un grupo armonioso y más como un sistema jerárquico flexible. Es aquí donde debemos situar a nuestro perro como un miembro más de la familia en la que se establece un orden social y unas normas, junto con unos fuertes lazos afectivos, que son los que dan la estabilidad de la manada.
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