Cierto día que mi mujer interpretaba una pieza al piano nuestro perro le gustaba sentir sobre su cuerpo las sonoras vibraciones emitidas por las cuerdas del piano mientras sus oídos captan ricos acordes armónicos. Lo sucedido no fue casual, ya que se repitió en diversas ocasiones. Lo reiterado del acontecimiento parece indicar que los perros, igual que las personas, están sensorialmente capacitados para sentir y disfrutar, a su manera, cualquier música o sonido más o menos armónico, producido por algún instrumento sonoro.
Este autor conoce a un Pointer y un Setter Irlandés, que aúllan al unisono cuando repican las campanas de un convento cercano a la vivienda de su dueño. Conozco también a un pequeño perro de compañía mestizo, propiedad de un matrimonio amigo, que emite tantos ladridos como notas musicales escucha de la flauta de su dueño: un ladrido; dos ladridos… A partir de cuatro notas no sabe cantar y da por finalizado su peculiar concierto canino.
Puedo igualmente referir el caso de otro pequeño perro de compañía, sin raza definida, que en el pueblecito de la serranía gaditana de Zahara de la Sierra se colocó junto al director de una banda de música mientras esta, tras la procesión de Corpus Christi, interpretaba en la plaza del ayuntamiento alegres marchas y pasodobles. Ni que decir tiene que el pequeño can, por su decidido interés por la música, compartió con la banda la atención de los asistentes al concierto. Estas tres anécdotas consolidaron aún más nuestra creencia de que muchos perros poseen una peculiar <<afición>> hacia la música.
La atracción del perro hacia la música, y por extensión al canto, lo es también entre músicos y cantantes hacia los perros, quienes a través de la copla han expresado el amor que han sentido por ellos. Algunos lectores conocerán una grabación discográfica interpretada por R. Farina titulada: cuya primera parte dice lo siguiente:
Mi perrito Lucero, fue mi alegría
El mejor compañero, que yo tenía
A la escuela a mi niño, acompañaba
Y con cuanto cariño, con el jugaba
Pero una noche él solito
En defensa de mi hogar
En la mano de un maldito,
Ya no pudo más ladrar
No siento los dineros que me robaron
Sino al pobre Lucero, que me mataron
A pesar del tormento de su agonía
Su rabito contento aún se movía
Alma de tirano, corazón de hierro
Maldita sea la mano, que mata a un perro
Maldita sea la mano, que mata a un perro
También muchos habrán oído, en más de una ocasión, esa emotiva y antigua copla interpretada por la niña de Antequera, que comienza así:
En el Coto de Doñana han matado mataron a mi perro/A una cierva entre las verdes jaras/Por los contornos de Andalucía/No había otro perro como mi perro/Él consolaba las penas mías, etc.
Este autor ha bailado muchas veces en la Feria de Abril unas sevillanas que hacen alusión a un buen perro de cacería y al fuerte vínculo de unión y compenetración existente entre él y su dueño. Las dos primeras estrofas dicen así:
Tengo un perro garabito
que no lo cambio por “na”.
Me lo llevo a los conejos
y a la paloma torcaz,
a tortolas y a zorzales
a la perdiz y al faisan.
Mi perro es de caceria
y mi escopeta cualquiera.
Y a las claritas del dia
mi perro se me desvela
y con ladridos me dice
que la escopeta me espera.
Cuando el cielo se clarea
y recorta las encinas.
Mi perro para y ventea
ya no hay cerros arriba
y yo le hablo sabiendo
que mis palabras le animan.
Dicen que a los perros buenos
solo les falta que hablar.
Y yo digo que mi perro
tiene que aprender a ladrar
porque meneando el rabo
dice de la “pe” a la “pa”.
Mi perro viene conmigo
y con mi perro voy yo
igual que con un amigo
y hablamos entre los dos
con palabras y ladridos.
En la historia de la pintura muchos artistas se han ocupado de inmortalizar al perro en sus lienzos. A sus pinceles debemos obras en las que músicos y cantantes figuran acompañados de algún perro. Estos testimonio pictóricos, nos informan de la presencia del perro en ambientes musicales en los que, al parecer, se siente muy a gusto. Asimismo músicos compositores, en algún momento de su vida, fueron propietarios de algún que otro can. Todos recordaremos al desaparecido maestro Xavier Cugat, que solía dirigir su orquesta de ritmos modernos sosteniendo en su mano izquierda un Chihuahua. El compositor alemán de origen judío, Offembach, autor de los <>, tenía un Borzoi que acostumbraba a dormitar junto al piano de su dueño mientras este componía.
Se cuenta que, en cierta ocasión, el inigualable pianista y compositor Federico Chopin asistió a una velada musical en la suntuosa casa de una dama amiga, propietaria de un perrito muy juguetón. El pequeño can solía entrenarse jugando con su cola, a la que insistentemente intentaba morder. Para lograrlo daba vueltas y más vueltas sobre su diminuto cuerpo. El juego del perro no pasó inadvertido para Chopin, que, inspirándose en los más rápido smovimientos de compuso al piano un precioso vals, que título: <<Vals de Minuto>>, si bien en el repertorio del citado pianista figuraba catalogado como: <<Vals en re bemol mayor opus 64-1>>.
Federico Chopin, en su juventud, pasó una larga temporada lejos de sus padres en la localidad polaca de Szafarnia, bajo la tutela de Luisa Dziewanowski. El joven pianista, en vez de escribir cartas a su familia, redactaba una especie de periódico que tituló <>. En él narraba a sus progenitores cuando sucedía en aquellos contornos. Cierta vez publico la siguiente anécdota: Tal vez, las consecuencias del combate no fuesen tan trágicas y sangrientas, pero debemos dar crédito al relato del que fue uno de los más grandes genios de la música romántica.
Pero a la luz de lo expuesto, ¿no es igualmente cierto que la música también deleita a los perros? Creo que a nadie le debe quedar duda en este sentido.